El sábado pasado fui a ver un espectáculo sobre musicales clásicos y confieso que no pude haber disfrutado más. Cierto es, no te voy a mentir, que la mayoría los había visto de pasada o la semana anterior para no perderme durante el show, pero quedé enamorada completamente de la puesta en escena, de las voces, de los actores y de todo el ambiente en general que crearon. Incluso me hizo olvidar todos los barullos que tenía en la cabeza, ya sabes cómo andaba mi familia y cómo ha acabado todo al final. Salí de casa sin ganas de nada, hasta pensé en no ir al teatro, pero ya lo tenía pagado y no iba a dejar a mi amiga de lado. Además sabía que salir me animaría aunque fuera un poco, y me arrepentiría luego si me quedaba en casa. Total que me encontré con mi amiga y nos fuimos las dos directas al teatro. No sé cómo lo hace, pero a su lado todo es más divertido. Entre eso y lo mucho que me gustó la obra casi se me olvida por qué estaba triste. Casi. De vez en cuando, en los oscuros me acordaba, pero me decía a mí misma que tenía que disfrutar y relajarme aunque solo fuese un rato.
Después del espectáculo nos tomamos un helado y charlamos un rato, no hicimos mucho, pero seguía de buen humor. Lo malo fue cuando nos despedimos y me tuve que volver callada y sola a casa, otra vez con mil pensamientos chocando en mi cabeza mientras la música de mi móvil los intentaba callar, pero nada. Aunque mi barrita de karma subió un poco ese día. Te explico: en la cola del bus me encontré con una señora que decía que no se iba a montar porque había mucha gente delante de nosotras y no encontraría sitio para sentarse, y ella no podía ir de pie porque le dolían mucho las piernas. Sin embargo, antes de yo entrar en el bus le dije que había un asiento libre, me pidió que se lo cogiera y así hice, así que finalmente la señora pudo sentarse. Me sentí bien conmigo misma y todo. Ese fue otro momento en el que sonreí tranquila. En realidad fue el último del día. Cuando llegué a casa me invadió de nuevo la pesadumbre que me acompañaba desde la tarde del viernes. Nadie tenía la culpa, mi familia intentaba que todo fuera de lo más normal, pero la casa me parecía una cárcel desde la que yo no podía hacer nada. No tenía más remedio que esperar.
Creo que me he desviado un poco del tema. Te quería hablar de lo bien que me lo había pasado en el teatro, de lo mágico que puede llegar a ser que hasta te puede sacar de tu vida para meterte en otra nueva aunque solo sea por un rato… y al final me he ido por las ramas. En fin. Gracias por tu carta y por las flores. Olían de maravilla. Ya quedaremos y te hablaré de verdad del musical, te lo prometo.
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