Los domingos eran mi día favorito de la semana. Siempre escuchaba que eran los peores porque al día siguiente se volvía al trabajo o a la escuela, pero a mí no me importaba porque los domingos eran los días de visita.

Bajé del coche y una oleada de olor a flores me golpeó de una forma dulce que recordaba perfectamente pues todos los domingos era igual. Parecía que allí no pasaba el tiempo y no solo por lo magníficas que siempre estaban las rosas sino porque cada vez que cruzaba la verja azul allí estaba ella, sentada en su silla con su vestido de los domingos esperándonos igual de impaciente que yo.
-Buenos días, abuela- le dije mientras la abrazaba y aspiraba su dulce olor a café y lavanda.
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