13 de marzo de 2017

Microrrelato hibridado con imagen: Azul

Los domingos eran mi día favorito de la semana. Siempre escuchaba que eran los peores porque al día siguiente se volvía al trabajo o a la escuela, pero a mí no me importaba porque los domingos eran los días de visita. 
Por la mañana temprano desayunaba, me ponía algo bonito y me sentaba a esperar en el salón hasta que mis padres se preparaban. El rugir del motor del coche al arrancar me ponía los bellos de punta. Al principio el paisaje que veía desde la ventanilla no era gran cosa, la ciudad es ruidosa y, muchas veces, muy sucia, pero al cruzar el túnel todo cambiaba. Cambiaba el color de la vegetación y me atrevería a decir que también lo hacía el del aire. Ese paisaje te hacía olvidar que la carretera estaba ahí e incluso el cielo parecía más azul. Pero lo que más me gustaba de ese color era lo que me esperaba en mi destino. 
Bajé del coche y una oleada de olor a flores me golpeó de una forma dulce que recordaba perfectamente pues todos los domingos era igual. Parecía que allí no pasaba el tiempo y no solo por lo magníficas que siempre estaban las rosas sino porque cada vez que cruzaba la verja azul allí estaba ella, sentada en su silla con su vestido de los domingos esperándonos igual de impaciente que yo. 
-Buenos días, abuela- le dije mientras la abrazaba y aspiraba su dulce olor a café y lavanda.

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