10 de noviembre de 2014

8 de noviembre

Incluso el día de antes ya estaba nerviosa. Podría decir que estaba más nerviosa que los propios novios, aunque eso era más bien difícil. Muy difícil.

Al llegar al lugar de la ceremonia me acordé de la película 27 Vestidos, esa en la que la protagonista es experta en organizar bodas y siempre ejerce de dama de honor. Recordé una línea en la que decía algo así como: "Cuando voy a una boda y la novia entra en la iglesia, mientras todos la miran a ella, a mí me gusta observar al pobre condenado que la espera en el altar". Es obvio lo que hice, ¿verdad? Exacto. Mientras todas las miradas curiosas se dirigían a la bellísima novia, yo preferí mirar al futuro esposo. Feliz, excitado, emocionado. Se mordía los labios para evitar llorar, pero el brillo en sus ojos era inevitable. Un nudo se me hizo en la garganta en ese instante. Olvidé que la novia se iba acercando lentamente por el pasillo. Por un instante, el tiempo se detuvo en ese mismo momento. Seguía con la mirada clavada en el nervioso novio, y pensé en cosas que no debería pensar a mi edad, cosas que no me tocan. Pensé que el día de mi boda me encantaría ver lo mismo que vi ese día, un novio contento y ansioso, al borde de la emoción, alguien que me mirara enamorado y entusiasmado mientras me acerco con mi caro e incómodo vestido blanco que me hace sentir una princesa mientras mi brazo entrelazado con el de mi padre tiembla como un flan.
Pensamientos acompañados por un trío de cuerda que tocaba la marcha nupcial y por pequeñas lágrimas que empezaban a mojar mis ojos.
Y, finalmente, el uno junto al otro.
A pesar de que la novia lucía espectacular, no pude evitar reparar de nuevo en su compañero. Sonreía. No paraba de mirarla de arriba a abajo, como si lo único que existiera en el mundo en ese momento fuera ella. Efectivamente, ese día, ella se convirtió en su mundo.

Bailoteo, risas, amigos, familiares, recuerdos y lágrimas, comida y fotos, muchas fotos, fueron los elementos que conformaron el día.
Espero que la futura vida de mi prima Bea y su marido Quique esté llena de muchas más risas, más momentos alegres con familia y amigos, alguna que otra lágrima compartida y, por qué no, algún bailecillo. Felicidades.

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