Preciosa era el adjetivo que no paraba de repetir y grandiosa era el piropo más discreto que le sabía dedicar. No paraba de describírmela con todo detalle y yo temía que se me pasara la parada del autobús. Él era uno de esos hombres mayores que con solo dar los buenos días ya te contaban su vida entera, pero era muy agradable escucharlo. Me había pillado por sorpresa cuando le cedí mi asiento hacía tres paradas y ya conocía a su gran amor como si fuera el mío mismo. Apreté el botón rojo, como me habían indicado, me despedí de él amablemente y bajé preparada para mi primer día en aquella nueva ciudad, aunque ya no me parecía tan nueva después de todo lo que me había contado aquel hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todo tipo de comentarios serán bien recibidos excepto aquellos con insultos, ofensas o críticas destructivas. Gracias y ¡vuelve pronto!